jueves, 26 de mayo de 2016

CARTAS A ROMA VII.- PALOMAS


Querido romano:

No voy a pedirte perdón.
He conseguido calmarme, aceptar, asumir.
Pero no perdonarte ni perdonarme.

Puede que exagere.
No es a mí a quien ignoras, a quien tienes esperando tu regreso, a quien prometiste sin promesas.

Tampoco voy a negar el placer vengativo que siento al escribirte hoy.
No pretendo ser mejor de lo que soy.



Los Dioses me libren de los Misericordiosos como tú.
Los Dioses me alíen a la Fuerza de los espíritus de la Tierra y la Vida,  a los que venera mi amiga espartana, Ylena. 
Dueña y señora de muchos corazones que se le ofrecen a diario.

Como te dije, ya no soy su esclava, sino su compañera voluntaria de camino.
Me gusta como camina, me gusta su destino, me gusta nuestra senda.


Corrió la noticia de que no viniste.
Hay poco de que hablar aquí salvo de guerras.
Unos cuanto preferimos hablar de amor.
!Así nos va!
¿No crees?

Varios pretendientes han acudido.
Es curioso como tu ausencia atrae a chacales con muchos disfraces.
Podría hablarte de ellos, de como la sacerdotisa ignora a algunos, favorece a otros y saca partido de su condición femenina y su encanto, para mejorar nuestra aldea.

Nunca ofrece su cuerpo.
No calientes tu sucia mente.
No lo necesita.
Su sola compañía es requerida en tu vasto Imperio.

!Que ilusos los hombres y vuestro poder!
!Que vanas mujeres que desean contar que fueron bendecidas por la Gran Mujer!

La anciana Havira y yo nos hemos unido para intentar que te olvide.
Seleccionamos con cuidado a cualquier cortejador que aparece.
Reímos con sus pavoneos y despliegue de virilidad.
Ambas hemos dormido con muchos hombres y sabemos de egos.
Ambas creemos que no hay mayor premio para un hombre que exaltarlo.
Hacerles creer que son dioses.
Ninguno se resiste a eso.

Sólo debes buscar qué es lo que necesita oír y halagarlo.
Lo tendrás en tu mano más fácilmente que con buen sexo.
Aunque ser buena amante también ayuda, por supuesto.

Por ello, también me complace compartir mis conocimientos con la espartana.
Me escucha con la misma concentrada atención con la que se dedica a sus estudios.
Puedo ofrecerle más sabiduría en este tema, del que juntaría en varias vidas.

El conocimiento es poder, especialmente en esta truculenta época que nos ha tocado vivir, donde la supervivencia es un lujo.

Y en estas lecciones, y otras que la misma vida nos da, apareció el Hombre Montaña.



Un gladiador retirado que se dedica a viajar y buscar salvación para su alma.

¿Te pesan a ti tus muertos?
No paro de preguntármelo.

Nos pareció muy buen partido y no paramos de influir en el criterio de Ylena hasta que accedió verle.
Con su inocencia decía que no era para tanto. Que no le gustaban los músculos.

Le sorprendió gratamente.
Un gladiador necesita tener un buen cerebro además de un cuerpo entrenado.
Es parte de su trabajo. 
Un gladiador es un luchador hasta su muerte.
En eso no os diferencíais demasiado.

Le dijimos que no deseábamos que lo tomara por esposo, pero que sería alguien muy indicado para poner en práctica mis enseñanzas y las de la vieja, que no para de sonreír desde que recuerda su alocada juventud.

Te estarás preguntando si ella cedió los galanteos del Hombre Montaña y a nuestras cariñosos apremios, pero ya te dije, que no te he perdonado.



Quédate sufriendo, pues Litio me dijo que lo hacías.
Que te torturaba que dejara de esperarte.
Sufre pensando que otro mejor que tú tome lo que despreciaste.
Que los celos te consuman.
Pues hoy no pienso contarte nada más.
Quizás nunca lo haga.
Después de todo, yo sólo prometí escribirte sobre ella.
¿recuerdas?

Lo hago.
Sigo escribiéndote.
Yo si que cumplo mis promesas.
Cuida mis palomas y tus modales romano
Y contente
No hay mucho honor en ser un hombre ausente



Vivamos hoy
Quien sabe si mañana estaremos vivos


lunes, 23 de mayo de 2016

CARTAS A ROMA VI.- MALDITO ROMANO


Maldito romano:



Si mi furia te llega, espero que quiebre tu armadura, que golpee tu casco hasta hacerlo arena, que inunde tus pulmones hasta dejarte sin aire, que estruje tu  corazón hasta que quepa en mi puño, que tu sangre se detenga y ensordezca tu latido.
¿Así te sientes antes de la batalla?
¿Puedes oler tu propio miedo a convertirte en un animal?

Maldigo tu raciocinio.
Tu falta de sentimientos no puede quedar impune.
No debe.
Que la frialdad de tus palabras hiele tu cuerpo romano.
Que te convierta en estatua.
Que sepas lo que es tragarte un sollozo.
Gritar a nadie tu desesperación.
Que la soledad pinte tus canas y cuando envejezcas, sino te matan antes mis fieros deseos, aúlles de dolor y nadie acuda a ayudarte
Que te persigan las almas de tus muertos.
Que los espíritus de los ausentes no te dejen oír la vida



Si aún me estás leyendo, te diré que no he terminado contigo
Que hoy soy una mujer libre.
Ya no soy tu esclava entregada como regalo a tu espartana.
Ella me liberó.
Y tu carta, las tres palabras que contenían desataron toda la cólera que he ido guardando en éstas veinte primaveras que cargo.
No pueden librarmerme de ese peso.
Ni del que sostendré.
Pero soy una mujer fuerte.
Una tracia. 
Mi pueblo ha luchado y sobrevivido a tu raza.
A tus soldados,. tus legiones, tus Dioses y tus asaltos
Gloria, honor, causa lealtad...
No te calentarán en los inviernos, no te darán alivio ni amor
Más, ¿qué te importa el amor?

Ayer hizo un año de tu partida.
No lo comentamos.
De hecho todos guardamos silencio éste día con la esperanza secreta de que aparecerías.
Le prometiste.
-Volveré antes de un año.
Pero ¿que es una promesa echa a una mujer cuando hiciste otra a tu patria y tus hombres?.
Estás muy ocupado conquistando pueblos, agrandando vuestro imperio, manteniendo el orden de los insurrectos.

Somos sólo un pueblo de recogidos de una sacerdotisa a los que tu cesar nos deja vivir en paz, pagando nuestros impuestos y ofreciendo sumisión y obediencia.
Viejos guerreros, putas rechazadas, niños abandonados, mujeres sin hogar, viudas sin nobleza y hombres de paz.
Todos la temen. Todos la tienen miedo. 
Hasta tu amo, pues eres esclavo de él y tus obligaciones.
Sólo tú, no le tienes miedo.
No la respetas, y aunque ella se empeña en creer lo contrario, ni la amas ni la mereces.
No mereces ni a esta prostituta ilustrada a la que salvaste y trajiste junto a la espartana. No mereces romano mis letras ni mis maldiciones.



Ayer no llegaste.
En tu lugar mandaste e uno de tus hombres más fieles, Litio.
Cuando lo vi ante mi, mi corazón se llenó de dicha.
Te habías acordado, al menos lo recordaste.
Pero entonces tu soldado me entregó tu carta, tan perfecta y lacrada.
Hasta él sabía que su misión no sería bien recibida, tu misiva menos.
Leí con avidez.
-Estoy bien. Escríbeme.

Tres palabras. Un año. Tres palabras.
Esperanza, lágrimas, añoranza, ansias, deseos, sueños...
!Y sólo tres palabras!

¿Estás bien?
Cuanto debería alegrarme.
Más no lo hago.
Sé que la espartana desaprobaría mi carta.

Cogí tu misiva con ganas de estrujarla hasta hacerla desparecer, pero controlé mi genio.
Como tantas veces.
Orgullo y altivez.

No miré a tu mensajero.
Marchó a la posada, a buscar compañía y olvidar horrores.
Yo busqué a Ylena.
Estaba recogiendo fresas con los niños. 
Le di tu nota sin decirle nada.
Ella la guardó en el pliegue de su vestido y me acarició la cara.
-No dice nada y no vendrá-. Me dijo.
Esta vez no disimuló su tristeza.
No hubo tormentas.
No desató los elementos.
Sólo suspiró y siguió trabajando.

Debió saber que te escribiría, sabría que desataría mi rabia.
Me dejó ir para que soltara mi congoja 
Esta mañana me llamó.
Me dio otra carta.
En ella me entregaba la libertad.
-Si quieres matarlo, puedes hacerlo. Hasta para eso eres libre. Debes elegir. Paz o más sangre. Hagas lo que hagas no detendré.

Lo había pensado. Sin dormir. Pasé la noche con tu soldado.
Tus hombres están hambrientos de carne, de sexo.
Te traicionarán pronto si no les das algo más que comida y honores.
 El Litio puedes confiar. En mí, no.
Me contó cuanto quería saber.
Tus avances, tus silencios, tu alejamiento, tus fiebres en Tarraco.
Maquiné viajar con él. Volver junto a ti y rebanar tu maldito pescuezo romano.

Pero no lo haré.

Me quedaré aquí, esperando junto a Ylena, la sacerdotisa espartana que no deja de amar tu insensible alma y seguiré escribiéndote cuando consiga limpiar mi alma del rencor que ahora la asola.

Agradece tu miserable vida, pues vives sólo porqué con tu muerte la mataría a ella.



No duermas tranquilo
Nunca romano
No se sabe cuando una tracia puede cambiar de opinión



miércoles, 11 de mayo de 2016

CARTAS A ROMA V.- NADA MÁS


Querido romano:

La espartana me llamó al alba y ésta vez fue ella quien me pidió que te escribiera.
Yo estaba sorprendida. Por la visión de su figura tan esbelta como desprotegida de su altivez habitual.
Estaba bellísima, con su larga melena negra despeinada y los ojos más oscuros que nunca, brillando llorosos.

-¿Será verdad que cuando muere la esperanza, muere al amor? -me susurró tan bajo que temí no haberla oído bien-. ¿Cómo mata uno mismo la esperanza?

No sabía que contestarle. Soy una esclava, los esclavos no amamos.


Pero entonces ella comenzó a cantar:

No hay esperanza
No hay

No hay amor que se quede
No hay

No hay adiós que vuelva
No hay

No hay muerto que muera
No hay

No hay verdad que no duela
No hay

No hay nada después de ti
No hay



Nada más que perder
Nada más

Nada más que importe
Nada más



Cuando terminó su canción se tumbo en mi cama y me tendió los brazos para que me recostara con ella. Dormimos hasta el mediodía abrazadas. 

Hasira vino a sacarnos de la cama con su sonrisa sin dientes y sus socarronas burlas.
Yo también les sonreí.

Las sacerdotisa se equivoca.
No lo sabe todo.
Puede que no sepa nada.

Si hay más
Lo hay
Y los esclavos también amamos.
Amamos libremente
Nada más


Nothing else matters


lunes, 9 de mayo de 2016

CARTAS A ROMA IV.- PEQUEÑAS COSAS


Querido romano:
La espartana sufrió un accidente, pero no temas, está bien.
Siempre lo está.


El pasado día salimos al atardecer.
 Paseábamos riendo, jugando, relatando confidencias...
Sentimos el ruido de un jinete a caballo. 
Al momento siguiente el animal y su montura estaban en el suelo, sobre la pierna de la bien amada.
Montaba un muchacho de apenas diez años. 
Se incorporaron
Ella tenía los ojos cerrados.
Permanecimos en silencio.
Con ese pánico que a veces nos da la vida cuando parece que va a arrebatarnos algo.
Odio esos tres puntos de suspense.

Luego se levantó y miró al crío, seguía quieto. 
Supongo que indeciso entre huir o esperar los latigazos que recibiría con la dignidad de un pequeño hombre.
La había reconocido y temía que su castigo sería mayor. 
Era la gran sacerdotisa.


Ella se dirigió a él.
Le levantó la barbilla. 
Escudriñó su rostro tan colorado como la sangre.
-¿Te has hecho daño?
Él niño negó con la cabeza.

Havira empezó a regañarlo con fiereza, como si las palabras de su ama le dieran permiso. 
Gritaba tan fuerte que la gente empezó a acercarse.
Ella la silenció con una mirada severa. 
El niño huyó hacia los brazos de un hombre que se acercaba presuroso. 
El lo acogió y miró asustado hacia delante.

Entonces la espartana llamó a la montura con un corto silbido.
El caballo vino manso, sumiso, tranquilo. 
Montó de un salto dejando su pierna herida recostada en el lomo del animal, en una postura que parecía indicar que estaba rota.
Cuando llegó a la altura del guerrero y su hijo. Le tendió los brazos al padre y le pidió que montara al niño
El hombre se tensó tanto que parecían que sus músculos fueran a estallar.
Esa mujer tiene fama de imprevisible.
A pesar de su bondad, despierta grandes temores entre los humanos.

El niño contenía las lágrimas haciendo un esfuerzo titánico. 
Su pecho subía y bajaba como si sollozara por dentro. 
Entonces ella lo embrujó con una de sus sonrisas y él mismo subió, desprendiéndose de los brazos que tan fuertemente lo sujetaban.

Sólo entonces la espartana habló.
-Nunca haría daño a un niño. Fue un accidente. Sólo quiero dar un paseo con él para que me prometa que volverá a subir a caballo, que no tendrá miedo y que nunca dejará de llorar cuando sienta ganas de hacerlo. El agua debe fluir, no enseñes a tu estirpe a retenerla.

Dio un giro a la brida y marcharon galopando. 
La gente se dispersó volviendo a sus tareas.

-Las grandes hazañas son pequeñas cosas-. Me dijo Havira tirando de mi brazo para que la siguiera.
-¿Cuando volverá?.- Pregunté a la anciana que la había criado. Al hablar más calmada pude apreciar la belleza de se rostro maltratado por los años y el sol.
-Cuando quiera, pero volverá. No temas. Cojeará unos cuantos días, pero nadie recordará este día, más que ese muchacho


Se equivocaba. Yo recordaré este día...
 y ahora tú también.

Detrás de tu reino
Hay otros mundos
Te equivocas conquistándolos





lunes, 2 de mayo de 2016

CARTAS A ROMA III.- LA LLAMA


Querido romano:

La semana pasada la espartana me sorprendió en la noche, cuando pensé que dormía y aproveché para escribirte.


Anda tan sigilosa que se confunde con los ruidos nocturnos.  
Cada uno de sus pasos es un susurro de sus pies descalzos. 
Debí escuchar sus cascabeles, que presagian su llegada, pero estoy tan acostumbrada que no los oigo.
Tampoco se si hubiera parado de escribir si la hubiera visto. 
Intuyo que hubiera seguido concentrada, dibujando letras con la sangre de la tinta sobre el viejo pergamino que me dejaste.
Es fascinante admirar sus formas. Pensar que forman palabras. 

La encontré frente a mi. Me paralicé.

Su mano tan marmórea agarro el papel.


No lo leyó.

Lo levantó lo suficiente para situarlo frente a mí. 
Así me obligó a levantar la mirada y encontrarme con esos rasgados ojos oscuros, casi cerrados, siempre brillantes.

-¿Por qué te molestas?- me preguntó-. Él no va leerlo.
-Le prometí que le escribiría cada día una carta para que supiera de ti. Cumplo mi palabra.
-¿Y escribes mis secretos? -me regañó con dulzura-. Cuéntale ésto.

Entonces el pergamino comenzó a arder mientras lo sujetaba.

Me sobresalté.
No deja de fascinarme su magia. 
Siento una mezcla de respeto, temor y admiración. 
Las llamas crepitaron en sus palmas hasta terminar convertidas en cenizas.
Luego las sopló y me llegó un perfume de azahar mezclado con azaleas. 
Ninguna de esas flores crecen en nuestro jardín. 
Se giró y se marchó.

No puedo decirte cual era su expresión.
No osé mirarla.

Al día siguiente se levantó callada.
No podía hablar.
Su garganta se había secado y también la hiedra de la entrada
Su silencio no era incómodo.
No habló durante cuatro días.
No nos estaba castigando
.
Nos sonreía con tranquilidad y nos trataba con su bondad habitual.
No parecía encontrarse mal
Sólo la había abandonado el sonido
Nos sentíamos huérfanos sin sus cantos

Merlín la visitó y la estudió con cuidado.
Nos dijo que no le pasaba nada, simplemente no tenía nada que decir.



Comprendí que debía seguir escribiéndote, porque soy su voz.
Sólo eso.
La voz de la espartana que te ama, romano..


¿Puedes oírla?
¿Leerás mis cartas o las harás ceniza?